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    de María Cecilia Rossi

     

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  • María Cecilia Rossi María Cecilia Rossi

     Doctora en Historia. Academia Nacional de la Historia, miembro correspondiente por Santiago del Estero. Argentina

Cita:Claves para Comprender la Historia, Horizonte Bicentenario 2010-2016, Revista Digital sobre historia de Santiago del Estero - Año 6 - Nº 48, marzo de 2016-ISSN 1852-4125. Sección: Artículos de María Cecilia Rossi - 28/03/2016

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29 de marzo de 1763-

A raíz del traslado del la Reducción de San José de Vilelas por el padre Bernardo Castro, a la margen derecha del río Salado

 María Cecilia Rossi

Los Jesuitas fueron los últimos –de todas las órdenes religiosas- en instalarse en Santiago del Estero, en 1585 y sus actividades tuvieron dos radios de acción, la ciudad en donde podemos reconocer su mayor acción educadora, y la frontera sobre el Chaco, en evangelización y organización económica de los pueblos reducidos, Abipones, Lules y Vilelas. En este marco, el padre Barzana, cuyo manejo de lenguas nativas fue notable y escribió un diccionario quichua-español , deviene en el ejemplo más claro de aquel misionero que, como agente de la corona, fue un hábil y práctico explorador, agente diplomático que no levantaba sospechas ni hostilidades, emisario ante grupos indígenas hostiles, y de ese modo, en las sucesivas campañas al Chaco y a los Mataraes -que finalmente pudo traer en parte desde el Bermejo e instalarlos en el Salado-, pudo registrar, como cronista lo que en las expediciones que participaba veía, e informaba sobre lo que debía hacerse o las posibilidades de acciones futuras. Ejemplo similar lo encontraremos en el padre Dobrizhoffer que hizo lo propio con los Abipones dejando una obra monumental.

La presencia y la actividad jesuíticas fueron tan prolíficas como conflictivas. La dependencia directa del Papa les generó problemas con las otras órdenes religiosas constreñidas por el Real Patronato a la disposición y voluntad del rey de España -Domínicos, Franciscanos y Mercedarios-; su alineamiento con determinados gobernadores y obispos fue otra fuente de conflictos permanentes, así como con los encomenderos, atendiendo a la cerrada defensa de los indígenas y sus modos de organización del trabajo y de la evangelización. Cuestiones por las que debieron, en una oportunidad, abandonar la ciudad, como ocurrió en el año 1609 a 1611 en que regresaron bajo los auspicios del obispo Trejo y Sanabria, para crear y dirigir el Colegio Seminario Santa Catalina; en otras oportunidades fueron castigados y quitándoseles los estudios de latín y teología moral, prohibiendo la realización de las cofradías de los estudiantes, como así también las procesiones de los indios y las fiestas ignacianas; había momentos en que las cuestiones llegaban a límites impensados como cuando el obispo de Torres declaró que “prendería a todos los jesuitas y los enviaría con cadenas al Santo Oficio”. (Achával, 1988:105-106 y 124) [1].

A partir del siglo XVIII, en los contextos de latencia política, de decadencia económica general y de pérdida de principalidad de la antigua capital gubernativa, junto con el último gran traslado de la ciudad hacia el Oeste, los Jesuitas se concentraron y fortalecieron en las reducciones fronterizas[2] y en la actividad no tan permanente en los principales pueblos de indios en el marco de una declinación de la población nativa que al momento de la fundación de Santiago del Estero tenían unos 80.000 y 80 años más tarde solamente se podían contabilizar 1.500 (Achával, 1988:126).

En Santiago del Estero, y tal como ocurrió en otras partes del territorio americano, las reducciones –llamadas de modo equivalente misiones- vinieron a suplir a las encomiendas o reforzar su posición fronteriza, decaídas y con encomenderos en completo descrédito, de modo que su función fue reducir los desenfrenos de la “explotación encomendera y convertir y proteger y civilizar a los indígenas”, en acciones que servían tanto a la iglesia como al Estado español[3]. Podemos considerar entonces que las reducciones santiagueñas fueron durante el siglo XVIII un elemento central de la defensa de la frontera saladina, en importante articulación con las estancias y los fuertes y fortines. En cualquiera de los tres formatos, la población era centralmente indígena o mestizada.

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